martes, 25 de julio de 2017

Relato con tres puntos de vista.. Sin título

Marta

Como le iba diciendo, aprovechando que los chicos se habían quedado en casa de mamá,  y que Walter, mi marido, trabajaba hasta tarde bajé a dar una vuelta.
Pensé en ir a la cervecería que queda después de las vías. Allá suele ir Jorge, un amigo,  le podría dar una sorpresa.
Estaba más fresco de lo que pensaba, por eso me puse la capucha u me subí el cuello del pullover para taparme la boca. Estaba esquivando las baldosas rotas de la vereda, que hay llegando a la barrera cuando lo vi. Era él. Sí Walter con una mujer. No puedo describirla bien porque, aparte de que se había acumulado una cantidad inusitada de gente  esperando el paso del tren, tenía un gorro de piel imitación leopardo, lentes oscuros, si escuchó bien, de noche con lentes oscuros! Tapado hasta los tobillos, y zapatos de taco bajo. Eso también me llamó la atención, que fuera tan alta sin necesidad de ponerse tacos. Yo aminoré el paso no podía creer lo que veía. ¡Así que trabajando hasta tarde! ¡Hay que ser hijo de puta! Vaya a saber cuantas de las noches que se sacrificaba trabajando estaba con alguna trampa. Y yo tan cuidadosa que nunca le dije a Jorge que viniera a casa cuando los chicos ya estaban durmiendo, si ya le dije que es un amigo, para charlar nomás, lo que pasa, usted sabe, la soledad no es buena consejera…si, disculpe ya sigo. Despacio me fui acercando metiendo toda la cara adentro de la campera, le tiré del abrigo y cuando estaba a punto de enfrentarlo me distrajo un grito ¡Cuidado, tiene un revolver! Tras lo cual se armó un  revuelo en dónde los empujones y las trompadas iban y venían sin saber hacia dónde se dirigían. Yo empecé a gatear tratando de salir del enredo de piernas cuando nos encontramos cara a cara, Walter abrió los ojos grandes como dos palanganas al verme ¿Qué hacés acá? ¿Qué qué hago yo? Eso me pregunto yo. ¿No estabas trabajando? Y antes de que mi puño atravesara su cara nos vimos al descubierto. Toda la gente dio un paso atrás y un tapado largo y un gorro de animal print  de cuyo forro roto salían bolsitas con un polvo blanco alfombraba las vías del tren.
Una pregunta oficial ¿No se supo si su ocupante estaba entre todos los sorprendidos o salió corriendo con otros que se asustaron con la llegada de la policía? Y ya que hice una le hago dos. ¿Era hombre o mujer?






Walter

En primer lugar, gracias por evitarme el interrogatorio policial.
Si jefe, ya se que esta misión estaba cocinada, pero cómo iba yo a saber que Marta iba a aparecer por ahí. Cómo pensar que me iba a abrir el abrigo y alguien se iba a dar cuenta del arma que llevaba.
Días siguiendo el rastro, días tratando de levantarme a un travesti, y una vez que lo consigo va a dar la casualidad de que me lleva a un departamento a cinco cuadras de mi casa. No, no creo que ése fuera el lugar de entrega, pero cómo saberlo ahora. Yo algo raro presentí cuando llegando a la barrera me doblé el pie con esa vereda de mierda con las baldosas rotas hace días ¡No la van a arreglar nunca! Qué manga de inservibles los funcionarios…Si es cierto jefe, no me desvío más. Decía, me estaba acercando y veo tanta gente esperando que pase el tren. ¿Que qué tiene que ver? No se pero el o ella como quiera llamarlo digamos que llamaba la atención con esa altura y anteojos de sol a plena noche.
Lo peor fue cuando me agaché a buscar el arma que alguien me sacó de una patada y me encuentro con Marta. ¿Cómo le explico? Si, ya se que no puedo dar a conocer este trabajo. Pero… yo quiero volver a casa, con ella, con los chicos, y yo la conozco, va a ser duro pero va a pasar, lo único ¿Me haría un favor? Usted podría, digo, con su influencia, hacer que le digan que no era un travesti?  Que era una mujer…



El…o ella

Te lo vuelvo a repetir, no se cómo me pudo pasar. Si, ya se que no es excusa y ya te pedí perdón por demás. Si ya se que no alcanza, sabés que no me pasa a menudo, pero ¡Es que era tan lindo! Tan hombre, tan atractivo tan… bueno, bueno es que una tiene derecho a tener sentimientos de vez en cuando. Si. Voy a reconstruir los hechos. Le pedí el departamento a Oscar, él me debe unos cuantos favores así que no podía negármelo. Como en el edificio me conocen me puse anteojos oscuros, Si ya se que llama la atención una mujer con antejos negros a las diez de la noche, encima no veía nada y casi me caigo con esas baldosas rotas que hay llegando a las vías y el pobrecito por ayudarme se dobló el tobillo. Íbamos caminando despacito, por el robillo del muñeco, y me llamó la atención tanta gente para cruzar las vías. Y en el momento en que iba a zamparle un chuponazo alguien grita Cuidado, un revolver. Yo pensé que se me había caído de mi abrigo por eso cuando se armó la pelea y volaban las patadas y piñas me dije “Acá hay canas metidos” aproveché me saqué tapado, gorro y anteojos y me escabullí con los que corrían. ¿Qué cómo se me ocurre hacer una cita  unas horas antes de la entrega? Es que era el único día en que Oscar me podía prestar el bulo. Pero te juro yo voy a trabajarte gratis, lo que sea para pagar la pérdida, siempre te cumplí, vos me conocés.

¡Gracias, gracias, mil gracias! Te pido un último favor…Si vas a buscarme al taller mecánico y lo ves a Oscar no le cuentes, me dejaría sin trabajo…él me conoce como José, No sabe que a la noche soy Gilda.

Alicia Sánchez

MARCA DE FUEGO


Ese día caminaba hacia la escuela con la felicidad pintada en mi rostro. Hacía frío. El cielo atiborrado de nubes amenazaba con lluvia. Pero yo sentía que ese era el mejor día de mi vida.
Es que la noche anterior papá llegó con ese regalo tan ansiado. “Cerrá los ojos” me dijo y  puso en mis manos la cajita- “Podés abrirlos” Y con el corazón acelerado comprobé lo que esperaba ¡Los marcadores Sylvapén con florcitas de colores! De un salto me colgué de su cuello –“¡Gracias papi, te quiero! y salí corriendo a mi habitación a probarlos. Era una cajita de seis, la grande era muy cara, aparte con los colores primarios más el verde, el negro y el marrón era suficiente.
Esa noche dormí con la cajita bajo la almohada. Pensaba en el momento en que se los mostraría a Bertelle, mi compañera de banco. Ella los tenía hacía más de una semana. Ya en el aula los saqué orgullosa y trabajé con ellos en el cuaderno de clase, cuidando de tapar cada uno al dejar de usarlo para que no se secaran. Ese recreo jugué más contenta que nunca...pero al volver al aula sentí que se me paraba el corazón, la desesperación no me permitía reaccionar. Estaba inmóvil con la vista fija en la cajita con cinco marcadores. ¡Faltaba uno!, faltaba el marcador rojo. Como en un sueño sentía que todo daba vueltas a mi alrededor, me di cuenta que todos los ojos se posaban en mi “sentate” me decían “¿Qué te pasa?” La voz de la maestra hizo que desviara la mirada hacia ella  “Sentate que tengo que explicar la división” Pero yo no reaccionaba; mis ojos abiertos miraban a la maestra suplicante. Sentí que una lágrima me mojaba la mejilla: “Me falta el rojo” balbuceaba sin que pudieran escucharme, “¿Qué?” Hasta que me largué a llorar. La maestra trató de consolarme y  prometió que al finalizar la explicación lo buscarían.
El pizarrón se llenó de números y signos incomprensibles. Yo miraba la cajita de marcadores de mi compañera, completa, y la mía que era nueva sin el marcador rojo ¡Era injusto!
En un descuido, aprovechando la atención de Bertelle que miraba fijo el pizarrón, le saqué, con la rapidez de un rayo y el vértigo en todo el cuerpo, el marcador rojo y lo coloqué en el lugar vacío de la caja. El aire volvió a llenarme los pulmones, sentí que la sonrisa me iluminaba la cara. “Señorita, ya encontré mi marcador” grité inocentemente, sin pensar que, inmediatamente mi compañera comprobaría la falta y comenzaría a acusarme de ladrona. El corazón me latía  a toda velocidad, mi cuerpo se endurecía sin permitirme salir corriendo, Si hubiera podido verme de frente estoy segura que mis ojos abiertos reflejaban el pánico que se apoderaba de mi persona al ver que todas mis compañeras me miraban con ojos acusadores, un fuego intenso subió por mis mejillas que se tornaron color rojo, el mismo rojo del marcador.
Una nube bloqueó mi mente, y, después de tantos años, no puedo recordar cómo se resolvió el problema, pero nunca pude olvidar la vergüenza, esa marca, que aún hoy, al revivir ese día me hace subir a la cara un fuego intenso , un fuego rojo marca Sylvapen,


 Alicia Sánchez Ubios

sábado, 22 de julio de 2017

Sin magia
Basta un disfraz y una actuación. Subido a la tarima, impostaba su voz hasta lograr la atención de la gente. Sus cuentos nunca fueron buenos pero se esforzaba para acaparar las miradas entre ademanes locuaces y palabras certeras.
Creía que  le alcanzaba con mirar con fijeza  a alguien, inclinar su cuerpo suave pero firmemente. Extender su mano izquierda enguantada, mientras su brazo  derecho se escondía tras su cintura y las frases brotaban secas de sus labios.
Dos, tres movimientos más, quitarse el sombrero en reverencia. Un suspiro. La moneda que cae en la lata vacía. El aplauso esperado que no llega. La dispersión de la gente.
La rueda que gira, risas y gritos fuertes que se mezclan  en lo alto.
Un tumulto más allá, aprovechar el momento. La distracción, un empujón casi sin querer. La mano sigilosa entrando en la cartera de la dama, en el bolsillo del caballero. Un empujón más, disculpas al pasar, como si nada. Salir airoso, cambiar el sombrero, dar vuelta el saco.
Basta un disfraz y una actuación.

jueves, 20 de julio de 2017

Un pase (punto de vista infantil en segunda persona)

Un pase era nomás. Yo venía sólo por el medio, me la dejabas mansita con el arco libre y la tenía que empujar nomás. Pero no, vos tenés que comértelas todas. Está bien que habías pasado a cuatro de ellos y si la metías era el gol de tu vida, pero yo estaba solo y no me la pasaste en todo el partido.
Ya sé, ya sé, hacer un gol es lo más lindo que te puede pasar en la vida. La pelota toca la red y te viene esa alegría impresionante que te querés abrazar con todos tus amigos, con el profe, con tu papá, tu mamá, el abuelo. Pero yo venía sólo, no había pateado al arco todavía, tenía el arco libre, ya me imaginaba festejando. Encima perdimos y salimos segundos, y ahora te quiero ver el lunes en la escuela, cuando caiga el colorado feo ese a cargarnos, y nos diga cebollitas.
Si, ya sé que mi papá estuvo mal en gritarte. Además mi mamá no quiere que diga malas palabras adelante nuestro, está todo el día diciéndole que no lo haga. Pero tu papá no tenía que pegarle, se fue de tema. Además que hacía tu abuelo pegándole al profe, si siempre nos dice que nos tenemos que divertir, es el hombre más bueno del mundo. Y la policía estuvo bien, tenía que pararlos, si ya se estaban pegando entre todos. 
Y ahora a mi me van a cambiar de equipo, si vos sos el mejor, el que hace todos los goles. Seguro me llevan con los pibes del barrio que son malísimos, salen siempre últimos, no le ganan a nadie. Y todo por un pase, me la dabas y no pasaba nada. Morfón.


Ignacio Falconi

miércoles, 19 de julio de 2017

Migrante


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 Nuevo mundo. Esperanzas. Y atravesar el mar en una barcaza.  Cuando la desesperación arrasa queda hundirse o escapar. Lo último eligió Nadir. Su mujer lo despidió en la costa. Subió cargando sobre la espalda el rostro de Eva que se agigantaba como una sombra solitaria.
Eran veinticinco, apretados, sin chalecos salvavidas. El capitán sorteaba las olas que elevaban la proa y la lancha caía a pique llevando los estómagos de los tripulantes a la boca. Empezó a llover, no tenían nada para taparse. Todos en estado de pánico encomendándose a Alá.
Un rayo cayó sobre el agua y los encegueció. El capitán perdió el control del timón y la barcaza dio un vuelco. Los gritos desesperados de los pasajeros fueron otra descarga. El pánico los endureció y como estatuas de sal cayeron al mar.
Nadir, aferrado a una red se apretó en el fondo. Cerró los ojos y pensó en Eva, el pelo largo que se enredaba en su cuello. Los labios como dos pétalos  rojos y las pestañas alargadas que le cercaban  los ojos negros.
No supo en que momento volvió la calma. Dos hombres desenmarañaron la red y lo subieron a la patrulla marítima.
En la costa el sol quemaba cuando lo ayudaron a bajar. De remolque venía la barcaza destrozada y vacía.
Lo recostaron bajo una sombrilla y un muchacho le dio un vaso de agua.
El ulular se fue haciendo  más potente. Tres hombres con vestidos de verde lo subieron a una camilla y luego a la ambulancia. Mientras uno le colocaba suero intravenoso, otro le auscultaba el corazón.
Desfibrilador, y una descarga de rayo en su cuerpo. Perdió la conciencia una vez más. Cuando despertó estaba esposado a la cama en el hospital. Los días pasaron, sin conectarse con los que lo asistían por no comprender el idioma.  Olvidado de afectos y presencias familiares.
Una mañana, entraron a la habitación dos hombres y una mujer que hablaba su idioma. Le informaron que a la tarde sería repatriado. Con ropa occidental lo acompañaron cuatro soldados hasta la escalerilla del avión de cabotaje. En treinta minutos llegaría a su patria.
El sol quemaba a las tres de la tarde. El viento  traía aire marino. La puerta de acceso abierta mostraba un interior oscuro. Desesperanza. Derrota. Y la cara de Eva desencajada por la desilusión.
Corrió hacia donde venía el viento con olor a mar. Su espalda fue atravesada por las balas, pero el corazón tuvo un último suspiro de esperanza.

Ester Monke


martes, 18 de julio de 2017



ESPEJISMO DE UN AYER

Allí estaba, frente al espejo, queriendo encontrarse en el reflejo que éste le devolvía; mirándose a la distancia e indagando en la profundidad de sus ojos grises, en sus cabellos blancos y en los marcados surcos de su cara, que delataban los años que su cuerpo había transitado en este mundo, en esta vida…

Se fue acercando a esa imagen muy lentamente, para no caer, pues sus piernas se movían con torpeza, mientras balbuceaba palabras que apenas él podía comprender. Su mente, que atesoraba innumerables instantes de su dilatada vida, parecía fragmentarse entre sus ayeres y su presente, como buscando un refugio a su abandono, para escapar de su triste realidad.

Cerró fuertemente los ojos, invocando sus recuerdos más entrañables, y perdiéndose en el júbilo de aquellos años… Al abrirlos, ya no era el viejo solitario, sino un apuesto hombre que expresaba el orgullo en su mirada, pues estaba a punto de recibir una medalla de honor debido a su ayuda humanitaria hacia tantos soldados y refugiados de la guerra; así, después de sacrificar tantos momentos de su vida, tal reconocimiento significaba cerrar con éxito los años dedicados a la medicina; se miraba y sonreía…

Se acercaba más y el hombre había desaparecido, convirtiéndose en un atractivo novio que acomodaba con nerviosismo el cuello de su camisa para ir al altar; sus ojos brillaban como nunca en su vida de solo pensar que desposaría a su gran amor. Era inevitable esbozar una amplia sonrisa al contemplar ese momento, que pasó tan rápido en su camino… para dar lugar a un intrépido adolescente que, con seguridad, caminaba hacia el espejo. A pesar de su aspecto desgarbado y las tediosas pecas en su rostro, era un muchacho decidido en su accionar. Sus labios daban forma a la felicidad que experimentaba en su alma, confundiéndose con la sonrisa de un niño… ese niño que, deseoso por participar en el torneo federal de básquet, no dejaba de admirar su nueva indumentaria deportiva. Sin lugar a dudas era uno de sus más grandes deseos. ¡Parecía que toda la felicidad del mundo se concentraba en ese instante!

Todo estaba allí, en su mirada, en ese espejo… era como un torbellino de momentos que danzaban en su mente y se proyectaban a través de su mirada. Todos sus sueños rotos cobraban vida en ese reflejo, como si hubieran existido…

Continuó acercándose cuando, de repente, sus inseguros pasos tropezaron justo delante de su imagen; levantó la vista y sus ojos se clavaron en ese ser ¿Quién estaba allí? Balbuceaba algunas palabras, mientras su madre lo levantaba con ternura para llevarlo a un lugar más seguro… nunca entendía porqué no lo dejaban acercarse al anciano que lo miraba desde el otro lado, que se había tropezado y le sonreía con dulzura.


Ana Verónika
EL TREN DE LOS RECUERDOS… LA BRISA DEL ADIÓS

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Resultado de imagen para TREN NOSTALGIAarecía un día más, pero el momento había llegado y el adiós se perfilaba con el pasar de los minutos, ya era tiempo de levantar vuelo y tomar una nueva dirección… Los amarillos y sepias del otoño se esparcían a lo largo del camino, tiñendo ese mediodía con un dejo de nostalgia.
El tren se dejaba oír desde lejos, anunciando la despedida; habría un antes y un después de su llegada… Julián esperaba impaciente en el andén, apenas una maleta cargada de ilusiones, viejas heridas y muchísimo miedo, era todo lo que se llevaría de su pueblo natal. Entre sus manos aprisionaba con vehemencia un pañuelo de seda, color azul merino, único recuerdo de Brisa, su madre, y fiel testigo de sus momentos de angustia y desesperación, pues el joven lo tomaba cada vez que pensaba en ella; amén de que, antes de morir, Brisa le dijera que jamás la recordara, que no se atara a viejos momentos, porque la vida era mirar hacia adelante y no hacia atrás. Que fuera libre, que volara alto y, para hacerlo, necesitaba estar ligero de equipaje  y de recuerdos…
Desconocía su destino, había sacado un pasaje hacia “el pueblo más lejano”, sin siquiera saber de qué lugar se trataba; su único afán era alejarse lo más que podía de allí. Al tomar el tren apretó con ímpetu el pañuelo, como buscando las fuerzas necesarias para decir adiós, atrás quedarían algunos amigos, a quienes, quizás, volvería a ver algún día, solo si los vaivenes de la vida se lo permitían.
Los kilómetros se hacían interminables, recorriendo paisajes agrestes bajo un cielo gris, y salpicados, cada tanto, con los dorados rayos del sol de junio. Detenerse en cada estación significaba una especie de alivio, entremezclado con algo ansiedad; pues, por una parte quería que todo acabase rápido pero a la vez sentía temor por lo que encontraría en esa nueva vida. Se asomaba y observaba tímidamente cada lugar, respirando hondo el aire de cada pueblo. Jamás soltó el pañuelo en todo el viaje, como si estuviera aferrado a la mano de su madre. Al llegar a la quinta estación se asomó nuevamente y abrió sus brazos para sentir la cálida brisa de ese lugar. En un descuido, el pañuelo azul merino, que sostenía con vaguedad en su mano derecha, se desprendió ligeramente, volando hacia el sector sur de la plataforma. Con gran prisa, Julián bajó del tren para recogerlo pero no lo encontró. De repente, se desató un impetuoso viento que elevó muy alto su preciado pañuelo, pudiendo ver cómo éste se alejaba para siempre de su vista. El silbido del tren lo alertó de inmediato y, al darse media vuelta, la negra máquina ya estaba en movimiento, rumbo a la próxima estación, llevándose su maleta y con ella sus recuerdos, las heridas, el miedo…
Se quedó pasmado, sin saber qué hacer, ya estaba amaneciendo... guardó sus manos en los bolsillos y se alejó silbando bajito, buscaría un lugar para trabajar y vería dónde pasar la noche. Lentamente, todo se iría acomodando, lo más importante ya había ocurrido: se había liberado de su dolor, el que no lo dejaba avanzar y ahora, comenzaba a contar una nueva historia para su vida. Ya era libre, solo le quedaba volver a empezar.
Mientras tanto, una suave brisa seguía empujando ese pañuelo muy lejos de Julián… Ahora, ambos eran libres y podrían volar alto, muy alto… sin recuerdos.

Ana Verónika

7 AM

Mariana despierta y mira el celular: son las siete. Sin levantarse de la cama, en ese estado somnoliento y confuso que nos encuentra deshabitados en el tiempo, se pregunta si debe seguir o poner el punto final de la relación.
Abre muy grandes los ojos y clava la vista en una puerta alta del placard. A decir verdad no ve, porque su cerebro está ocupado en asuntos de su corazón, se interroga sobre qué hacer. Cada recuerdo es sopesado en una balanza imaginaria: unas vacaciones inolvidables se equilibran con aquellas disputas enfáticas con su entorno familiar. La admiración que le profesa por su actividad artística, se empareja contra algunos vicios pueblerinos que él arrastra y ella no soporta. Piensa en las alegrías y en las tristezas. Cuánto pesa una lágrima. Cuántos gramos tiene una sonrisa. En qué plato debe poner el último año. Se pregunta por qué la cama vacía y el sillón ocupado.
Las cavilaciones la adormecen sin que ella lo note. La puerta del placard ya no se ve.

Repentinamente abre los ojos, y sin levantarse de la cama, aún en la vigilia que amanece al cuerpo, siente interiormente que la balanza se inclinó. Y se le instala una sonrisa, a las siete en punto.

Gonzalo Lopez Martinez

lunes, 17 de julio de 2017

Irene


Un indefinible deseo de correr le acometió, pero la puerta de roble, cerrada con llave, le recordó que no era la hora de ir a comprar más lana. Dentro de unas horas más se levantaría, daría una vuelta por el correo y preguntaría vagamente si había novedades en su correspondencia, luego volvería a casa a continuar su rutina.
Irene había nacido para no molestar a nadie, su vida consistía en tejer. Tejía cosas siempre necesarias (bufandas para el invierno, medias para mí, chalecos para los chicos)… que nadie usaba.
Todo estaba callado en la casa, tras las pesadas puertas. De día eran los rumores domésticos, las personas vestidas pulcramente yendo y viniendo, y el roce metálico de las agujas de tejer, hilando nuevas excusas para futuras salidas. Llamaba la atención ver en la canastita, al montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma, pero a la vez olvidándola rápidamente.
A medida que el ovillo se destejía, comenzó a pedirme que le ayude en algunas cosas que ella ya no podía hacer: comprar más lana, buscar la correspondencia de la recepción, pasar las hojas del álbum filatélico, etc. Yo aprovechaba estas oportunidades para recolectar recuerdos y, con un poco de fantasía quizá, pensar nuevas respuestas a ofrecer ante la siguiente ronda de preguntas frente al espejo: Quién es la señora que me mira?

Paula Wurm 

Curiosidad satisfecha



- No está- dijo la abuela Ester.
 Se secó las manos en el delantal y comenzó a moverlas con ademanes amplios mientras repetía  con angustia:
- ¡Desapareció otra vez!
Nadie preguntó de quién se trataba porque todos sabían que el desaparecido era yo.
Abrieron  con cuidado la puerta del comedor para mantener el clima agradable  gracias al esfuerzo del viejo aire acondicionado. Afuera el sol derretía los cuerpos y ni un alma se asomaba a la vereda en la hora de la siesta . Es probable que en ese domingo se hayan registrado las temperaturas más altas de febrero, y ¡ justo  a mi familia se le ocurre festejar al mediodía el cumpleaños de mamá!.
Por la puerta del patio apareció Coca, la tía más inquieta , que hizo su aporte detectivesco:
-En el patio bajo los pinos, están los chicos jugando a las cartas, pero Iván, el terrible, no está con ellos.-
Mamá no se preocupó demasiado porque Coca estaba algo nerviosa por su reciente separación.
 Intentaron iniciar mi búsqueda  sin puro ni publicidad, tal vez porque estaban convencidos de encontrarme escondido en el altillo, mi escondite preferido. Subieron los siete escalones y abrieron con dificultad la puerta recién pintada
Tropezaron con un cajón de madera antes de  encontrar el botón de la luz; era algo así como el baúl de los recuerdos, pero sin llaves ni candados porque en nuestra casa no había secretos. Minutos antes me  había agachado para correrlo del paso .
Regresaron al comedor sin haberme encontrado. Soy el quinto de  mis hermanos, el que llegó sin  planificación alguna cuando mis padres arañaban los  cuarenta. Me creo el más independiente, el que con cinco años tiene el mayor registro de travesuras y dañinadas de todo el barrio.
Cómo olvidar el día que visitamos a las hermanas de papá. Margarita sufre de claustrofobia y tenía todos los postigos cerrados, un caserón  con un terreno extenso en el fondo donde podía correr de una punta a la otra. En varias oportunidades entré a la cocina donde tomaban el té con escones caseros preguntando qué número seguía al  que  pronunciaba bien fuerte. Desde afuera sonó el timbre repetidas veces.
Era el vecino del fondo, dueño de un criadero de pollos, quien preguntó a la tía Angelita si en la casa había un petiso pelirrojo. Agradezco hasta el día de hoy, que atendiera la puerta la más sorda de las dos, la que con su mejor sonrisa despachó al vecino furioso haciendo un comentario sobre la humedad ya que no había entendido  su pregunta.
Con una sospecha bajo el ala todos llegaron hasta el patio y  me encontraron muy entretenido . Con mis manitas flacuchas agarraba uno a uno los huevos a través del tejido de alambre que separaba ambos patios, y los estampaba sobre el tapial.
- ¡Mamá!- grité.¡ Ya sé contar hasta treinta.-
Sigo ahora con la historia de mi desaparición.
-¡Vengan, vengan a la cocina! –  los  llamaba a los gritos  mi hermano mayor mientras no paraba de reírse y sostenía la fuente de masas finas con crema pastelera y chocolate
Allí, en cuclillas, en el interior de la heladera Siam, casi vacía, estaba yo, algo violáceo, intentando desenroscar las  piernas y salir de tan incómoda posición.
A coro  me preguntaron
- ¿Qué hacés ahí?-
- Yo quería saber si se apagaba la luz de la heladera cuando se cierra la puerta.-
Mamá me abrazó con fuerza y me sumergió en agua caliente en la pileta del lavadero . Envuelto en un toallón afelpado me llevó al comedor para  servir el café que tomaron a secas porque el insaciable de  Cacho se había devorado todas  las masas finas.

Rita Asín

El parque de diversiones

Cada noviembre, cuando llega el parque de diversiones, es una fiesta.
En el lugar de siempre, unos hombres sudorosos, acarrean los juegos viejos y despintados, bajo un sol sofocante.
Saben que lo tienen que hacer en silencio. Así debe ser en el Día de los Muertos.
Cada año, esperás el desafío de atravesar entre sombras el parque, escapar a las luces de los puestos de kermesse y de la calesita y subirte a la rueda de la fortuna, aprovechando alguna distracción. Y allí, en el punto más alto, observar ese mundo que te está prohibido: los patios iluminados de las casas,  la gente riendo nerviosa en los otros asientos, mientras el viento juguetea con las polleras y los cabellos.
¿Cómo hacés para escabullirte en medio de esa vorágine, sin que toda esa muchedumbre escape aterrorizada? Vos sabés que la muerte no es muy bien vista. Sobre todo en los lugares donde todo es alegría y diversión.
Ellos no  conocen tu misión. Tampoco saben por qué están ahí: piensan que en el parque olvidan por un rato sus dolores, sus tristezas.
Como siempre, me buscas para saber si finalmente van a cambiar los planes que Yo tengo para vos. Pensas  que quizás, por fin, va a dejar este trabajo al que estas condenada.
Todos los años te miro con atención, admiro tu destreza para pasar inadvertida, pero me enfurece tu falta de apego a tan importante tarea, tu poca concentración en el trabajo.
Reconozco que pensé en despedirte, pero no tenés reemplazo. Es tu puesto y punto. De todas maneras ya se me hizo costumbre dejarte intentar, una y otra vez esta estúpida farsa y te aseguro que si pudieras escucharme ahora, oirías mis carcajadas, porque yo también necesito divertirme de vez en cuando.
Lo lográs con eficiencia, a fuerza de repetirlo eternamente  con  tu sombra lustrosa a cuestas, tus huesos quebradizos arrodillados pidiéndome terminar con tu suplicio.
Te dejo suplicar, pero sabés que yo sólo preparo esta fabulosa escena porque es mi obligación. Ellos entran atraídos por las luces y vos les mostrás el camino.   
Te desprecio, pero disfruto del momento en que tenés que escuchar  mis palabras, como si cayeran una a una de esa enorme rueda de la fortuna que nos ilumina:
-No puedo cambiar tu suerte. Andá a buscar a tu próximo difunto…te está esperando… igual volvé el año que viene …a lo mejor…
Les juro que gozo profundamente cuando la miro a la cara y le digo eso. Nadie puede escapar al Destino. Ni ella.
Miriam Alvarez – Clorinda – Formosa

Homicidio y perro amarillo con piernas de mujer.


¡Ambulancia! ¡Que alguien llame a urgencias! Nadie está cerca, salvo una Luna creciente sobre mi cabeza y un perro amarillo que mira indiferente y que ahora se aleja en la espesura negra de la madrugada. De la herida le brotan borbotones oscuros  y yo, impotente, no puedo hacer más que intentar frenar con mis manos el avance imparable de la muerte.
Los dedos se me vuelven pastosos. La sangre se coagula en mis manos, el frio me hace perder un poco la sensibilidad de las extremidades. La respiración se me agita cada vez más. Sigue sin pasar nadie, la ayuda no llega y empiezo a toser por el frio que arrecia. -¡No te mueras flaco! ¡Auxilio!- Vuelvo a gritar pero el eco se hace pedazos  contra las paredes. La Luna se hace más oscura y por alguna razón ya no brilla tanto. Al perro le han salido dos piernas de mujer y se ha vuelto de color blanco, me ha mirado con esa mirada de perro que expresa dolor pero sin decir absolutamente nada.  El animal ahora pierde sus piernas de mujer y ellas se transforman en dos grandes mariposas, una gris y otra dorada, que vuelan a través del callejón chocando una contra mi pecho y la otra contra perdiéndose hacia la calle. Caigo desvanecido ante un sonido de trueno. La vista se me torna borrosa  pero logro ver a alguien huyendo en la oscuridad.

Miro la Luna que ya luce imperceptible. Alguien por fin se acerca y desesperado pone sus manos sobre mi pecho pidiendo ayuda agritos: ¡Ambulancia! ¡Que alguien llame a urgencias! Pero nadie está cerca, salvo una Luna creciente sobre mi cabeza y un perro amarillo que mira indiferente y que ahora se aleja en la espesura negra de la madrugada.

Cristian Suarez

jueves, 13 de julio de 2017

Boletas para soñar / Perseguidor Perseguido

Boletas para soñar.

El bollo de papel se suelta de la mano y cae sobre los otros papeles del cesto. Esa misma mano dobla cuidadosamente una boleta y la guarda en el portadocumentos. Hoy volverá a soñar. Un día será con esa casa hermosa con patio sevillano y mucho espacio para vivir mejor. Otro, volará por el Atlántico y se sumergirá en el azul inmenso del mar Egeo, y así sucesivamente caminará entre ruinas milenarias, sus ojos se llenarán de arte, navegará por los canales de Venecia y se sentirá amante de la vida, conocerá el pueblo de su abuela en Cataluña volverá a volar entre nubes de deseos…
El lunes se abre nuevamente la puerta de la agencia y un bollo de papel se suelta de la mano para caer sobre otros bollos de boletas inservibles…

Perseguidor - Perseguido

Marcos se calza el abrigo y  sale de la casa, hace unos minutos besó a su mujer.
Lo persigue una obsesión. La misma que hace meses. Un pensamiento que lo atormenta.
Trata de eludirlo, no puede. Siente sobre su nuca al perseguidor incansable que corroe su mente. Cambia el camino habitual, vuelve sobre sus pasos. Espía desde la esquina la puerta cerrada de su casa. Un hombre con el cuello de su sobretodo levantado se aproxima, lentamente pero seguro. Piensa: Se detendrá, mirará hacia todos lados y entrará. Lo hará, inevitablemente, y ella se dejará atrapar. Yo volveré a mi camino habitual y me liberaré por fin de mi verdugo, la incertidumbre no encontrará en mí la víctima perfecta. El hombre del cuello levantado llega a la puerta, y sin levantar la vista sigue su rumbo sin detenerse. Marcos mira el reloj, se le hace tarde, retoma su camino. Ya de noche vuelve a su casa encuentra todo ordenado, ella  lo espera en la cama.  Algo en el ambiente lo mantiene alerta, apenas puede dormir.

Amanece. Sabe que sólo él lo percibe, está cerca, la incertidumbre soplándole la nuca. Desayunan juntos. Marco se calza  el abrigo y sale de la casa, hace un rato besó a su mujer.

Alicia Sánchez Ubios

De eso se trata

El teléfono  no dejaba de sonar. Insistente y molesto.
La música aumentaba su volumen progresiva e indefectiblemente irrumpía en mis sueños.
De insistente a inquietante, ese sonido perforó mi conciencia hasta lograr que reaccionara.
Atendí.
"Vení urgente, mama se accidentó"
Paralizada por la noticia, apenas atine a preguntar dónde estaba.
Salí a la calle con un abrigo sobre el piyama, desaliñada y sin bañarme.
Caminaba calle abajo en busca de algo que me acercara :un vecino, un colectivo, quizás con suerte algún taxi perdido.
Mis piernas me pesaban como si caminara hundiéndome en el fango denso.
Mis pensamientos iban de la flojedad y pesadez de mi cuerpo a la noticia recibida.
Subo al primer colectivo. 
"Voy al hospital zonal" le digo y me siento en la primera fila.
El chofer Arranca y siento sus ojos inquisidores a través del espejo retrovisor.
Miro por la ventanilla cómo cae transformada en gotas gruesas y densas , la nevada corta de la noche.
Las primeras heladas se empiezan a sentir en el aire y los huesos. 
De pronto me siento acorralada por recuerdos de mi infancia en la ciudad. El delantal que alguna vez lucio blanco e impecable y año tras año cubría menos mi falda a la rodilla. Los zapatos guillermina, de color marrón que apretaban mis pies envueltos en medias azules de stretch. Mis piernas que apuraban  el paso tratando de alcanzar el ritmo de mis hermanos mayores.
Me escucho , con esa voz de los 6 años, llamando a mama.
La velocidad de las imágenes me transportan cada vez más  atrás en mi vida. Allí estoy, donde los registros sonoros, olfativos y táctiles inundan mi mente y mis ojos nublados dejan de contenerse.
¿Dónde estabas pequeña Ester?
Mi corazón vuelve al galope mientras me hamaco fuertemente hasta rozar las ramas del tilo que me abraza con su aroma. Ese árbol detrás del cual me escondía esperando no ser vista ni tampoco olvidada.
La risa entre hermanos me enciende el pecho y me lanza con fuerza hacia presente.
Vuelve el pulso a su ritmo, vuelve la tristeza al cuerpo.
Por fin llego.
Las noticias no son buenas.

María Beatriz Maio

Un cosquilleo extraño


Me sacó el celular. Le dije que estoy aburrida, que me voy a portar bien y que nunca más lo volveré a hacer, pero mi mamá parece una furia loca.
-¡Qué no se vuelva a repetir! ¡El papelón que pasé en la escuela! ¡Lo que tuve que escuchar! ¡Qué su hija le hizo bullyng a una compañera! ¡Va a ser sancionada!-gritaba.
Ella grita cuando no tiene razón, como la mayoría de los grandes. No tiene razón por que yo me aburro en la escuela y la otra chica me dijo una puteada, entonces yo armé un grupo de wasap, etiqueté al resto para que pusieran otra mala palabra sobre ella.
Es un juego, cuando lo hicieron conmigo les contesté con cada una de las malas palabras que me habían dicho y envié, reenvié hasta que nadie más contestó. Yo gané. Siempre gano. Y los demás hacen lo que yo quiero.
La últimas selfies que me saqué tuvieron muchos pulgares para arriba y muchos más corazones. La que tuvo más éxito fue una que estoy de musculosa blanca y jean sacando cola. Desde ese momento chateo con dos chicos, que  son los más lindos. Grandes.  Uno me dijo que tenía diez y ocho y el otro veinte.  No les dije que tenía once, porque en las fotos que subo a Facebook todos dicen que tengo diez y seis.
Esta noche cuando mi mamá se enganche con la novela turca le saco el celular de la mesa de luz y me conecto.  Queda tan embobada que ni me da las buenas noches antes de irse a dormir. Solo le escucho suspirar.
Me invitó a salir el de veinte. Se llama Rodrigo. No sé cómo hacer. Tendría que faltar a la escuela. Seguro que la madre de Male le va a buchonear cuando la vea en el gimnasio a mi mamá.
Me da duda que Rodrigo cuando me vea se dé cuenta que no tengo diez y seis. Me invitó a su casa. Me hubiese gustado ir a la plaza o a caminar. Lo estoy pensando.
La abuela Maru siempre me dice que hay que tener cuidado con los hombres. Ella es muy desconfiada. Se la pasa mirando programas de crímenes y violaciones. Me han dado un poco de miedo sus palabras. Pero ella es vieja y los viejos siempre reiteran.
Hoy a la tarde me pasa a buscar por la esquina del colegio. No sé si decírselo a mi amiga Clara. Tampoco sé cómo saldré de casa sin uniforme. Siento un cosquilleo extraño, ¡es tan lindo! Me preguntó que chocolate me gustaba. Me lo imagino parado en esa esquina…
¿Si no es tan alto como parece? ¿Si no me gustan sus besos?
Siento como si estuviera en el borde de la pileta, me arrojo y el agua es helada y después de la primera impresión mi cuerpo se adapta y me deslizo.
Mi estado de alerta surge. Estoy rígida. Veo como lavan mi cuerpo desnudo con una manguera ¿Qué pasó con Rodrigo? ¿Por qué mi celular y mi ropa están en una bolsa transparente?
Mi madre llora y la cara de despojo de mi abuela dice: Yo se lo dije.

María Ester Monke


lunes, 10 de julio de 2017

Un café

La primera vez que la vi estaba sentado en la mesa de un bar tomando un café bastante aguado pero lo suficientemente caliente para reconfortarme un poco -era un día muy lluvioso y frío-. De pronto entró hablando por teléfono, se sentó en la mesa de al lado y pidió un café con leche y dos medialunas. No es que quería escuchar su conversación pero estábamos al lado, y lo difícil era evitarlo. La oí decir que había terminado con su pareja, que con el tiempo la relación se había vuelto rutinaria, que ya no hacían cosas juntos. Fue inevitable verme reflejado al instante, ya que había terminado mi relación ese mismo día y por los mismos motivos.
Cuándo vi que dejó su teléfono en la mesa le hablé. En verdad no me acuerdo que le dije, pero tampoco es importante. Al tiempo empezamos a salir, hicimos un viaje, nos fuimos a vivir juntos, comenzamos a pelear por pavadas, dejamos de salir a comer, ya no fuimos al cine, nos separamos.
Cuando terminé la mudanza salí a caminar para despejarme. Hacía un frío terrible y empezó a llover. Me metí en un bar y pedí un café.

Ignacio Falconi

jueves, 6 de julio de 2017

La búsqueda




Busco en el bolsillo de mi abrigo gastado la llave de la puerta de entrada. Abro la puerta de madera y la guardo en el bolsillo. Suena el teléfono y una voz cascada me invita nuevamente a salir nuevamente a la calle para rescatar a alguien que ha perdido el rumbo, como yo, aunque ellos aún no lo saben.
 Registro los callejones de piedra,  el viejo bodegón,  las alcantarillas,  la sala de espera de la estación de tren abandonada y el canal que está sobre el acceso al pueblo. Una sombra me invita a seguir su contorno, a gritarle a viva voz por su suerte y su destino.    Acelero mi paso, pero es en vano. Se me escabulle en el corazón de la noche. Las horas se agolpan en el reloj de la torre de la parroquia local y casi sin fuerzas elevo una oración pidiendo algo de esperanza y una pizca de intuición. Una corazonada me lleva hasta el umbral de una casa conocida. Busco en el bolsillo de mi abrigo gastado la llave de la  puerta de entrada y la guardo  mientras me apuro para  atender una llamada de teléfono.

Rita Asín

El regalo


Juliana había llegado más ansiosa de lo normal a la casa con un sobre para Esteban, sabía que era el día más atareado y que por la noche la casa estaría invadida de familiares y amigos. Las niñas ya habían envuelto lo que ellas eligieron para su padre, una camisa con su nombre bordado por parte de la más grande y un portarretrato con una foto de la familia donde estaban los “nonos” como les decía la pequeña, cada regalo con su respectiva tarjeta y dedicación.
-Mamá que le vas a regalar a papá a esta vez, preguntó intentando abrir las bolsas que Juliana había dejado sobre la mesa.
- No tuve tiempo de comprarle nada todavía pero le voy a dar una sorpresa a tu papá, respondió sonriendo la madre.
- No le regales un libro mami, sabes que a papa no le gusta leer, el libro del año pasado fue historia con el asado por el día de los amigos, dijo la niña.
- Tu papá no lee ni mis mensajes corazón, Juliana reviso su celular esperanzada de que Esteban le haya respondido pero no había respuesta. Ayuden a la tía Marita, hay muchos globos por inflar les dijo mientras ella empezaba a preparar los ingredientes para hacer un bizcochuelo.
Esa tarde nadie pudo descansar en la casa, Esteban luego del trabajo fue al aeropuerto por sus padres, luego a la rotisería a retirar los pedidos que había realizado Juliana y por último paso por la tienda a comprarse unas zapatillas ya que había decidido que cuando cumpliese los treinta no iba a permitirse perder su condición física, buscaría un buen personal trainer que lo ayudara e invitaría a Juliana para que juntos hicieran las rutinas. Una vez en la tienda  eligió unos shorts, unas musculosas y como no se decidía por las zapatillas pago las vestimentas, y pensó en volver después con su esposa calculando que con suerte se ligaba un par como regalo.

Llegada la noche estaba todo preparado para recibir a los invitados, las niñas recibían los regalos y los dejaban en la sala juntos con los demás, muchas botellas de vino pensaban las niñas queriendo descubrir que cosas tendría su papá ahora. Todos comieron, bebieron, bailaron, rieron, algunos hasta lloraron, incluido Esteban. Cuando la casa quedo vacía de invitados y tanto ruido, Juliana se acercó a su esposo, felicidades mi amor le susurró al oído y le entrego el sobre, Esteban comenzó a llorar como un niño que recibe su mejor regalo de cumpleaños, abrazo a su esposa, la beso dulcemente, bajo al vientre de ella y dijo espero podamos jugar un partidito campeón!!!

José García

miércoles, 5 de julio de 2017

Estrella Fugaz

Érase una vez una estrella fugaz que desvió su rumbo y terminó en la tierra, su propósito: conceder deseos.
Hace más de 3 mil años en un lugar de la Argentina cruzó en el cielo una lluvia de meteoritos. Muchas de esas estrellas colapsaron en tierra y terminaron de dar el nombre a un pequeño paraje chaqueño: “Campo del Cielo”. Pasaron siglos y  la civilización llegó cerca de esos meteoritos. Muchos hombres intentaron  llevarse esas ex estrellas fugaces hasta que cerca de nuestra época alguien lo consiguió.
Walter conoció a Karina en la clase de Física aunque ella no le presto atención. A la salida, de camino a la parada del cole, la reconoció de atrás y le inició conversación. Le pareció una chica inquieta y simpática. Subieron a la misma línea y continuaron hablando hasta que ella bajo cerca de la calle Juan B. Justo. A la semana siguiente continuó la plática de salida de clases. Esta rutina se prolongó por varias clases de Física. Por fin un día quedaron en estudiar juntos, pero justo surgió un trabajo para  Walter al interior del Chaco. Iban a construir una infraestructura donde se ubicaban un grupo de meteoritos y él estaba entre los contratados.
Walter estaba preocupado. Hace sólo 3 semanas se conocieron pero tenía que avisarle a Karina que iba a estar ausente por 2 semanas. Como pudo se apresuró y fue a avisarle que no iban a poder estudiar. Ella no estaba así que le dejó el recado a la abuela. Al otro día viajo.
Fue un laburo muy pesado. Un calor de más de 40 grados bajo el seco sol chaqueño y sin agua potable terminaron por dar un caso de diarrea a la delegación completa de trabajadores.
Walter estaba en Campo del cielo pero su mente estaba en Resistencia con Karina. Le gustaba mucho y quería darle algo especial, algo que le hiciera ver como el mejor hombre de la provincia, pero apenas podía pensar. Cansado, deshidratado, preocupado, se sentó sobre una de esas inmensas piedras caídas del cielo. De repente una idea apareció.
¿Y si le llevo el meteorito?  Voy a cortar un pedazo y dárselo de regalo. Un regalo del cielo, me va a amar: Pensó Walter.
Y así empezó el verdadero laburo de Walter. Cortar un meteorito de composición mayoritaria desconocida en la tabla periódica. Intento con todo y de todo. Esa piedra no se cortaba con nada.
Considerando que en esa época en Campo del Cielo no había electricidad fue una tarea casi imposible. Al final con arco y sierra y una paciencia nocturna de más de 4 días lo logro. Cortó un pedazo de 2 cm x ½ cm. Se sentía el rey del mundo, el rey del cielo.
Tomó el pedazo cortado y se imaginó a Karina recibiendo el regalo, agradeciéndole. Deseó que fuera su mejor amiga, que fuera la mujer de su vida, que sea la madre de su hijo, que fuera su compañera de vida y se fue a dormir.
A la mañana siguiente despertó antes que todos y guardó el meteorito cortado en su mochila. El trabajo continuó por días, la diarrea cesó, la piel se curtió por el sol. A las dos semanas estaba listo para volver a Resistencia. Al final le pagaron con bonos llamados “Quebrachos” que ni el casino recibía, mucho menos el supermercado.
En casa durmió todo ese fin de semana. Su cuerpo no respondía del cansancio extremo.
El lunes se despertó cerca del mediodía para cocinarse el almuerzo. Recordó que esa noche la vería a Karina en Física. La emoción de nuevo apareció en su pecho. Fue a buscar la piedra en su mochila. No estaba. No entendía, si la había puesto ahí. Dio vuelta su habitación, dio vuelta todo el lugar. No la encontró.
Esa noche fue a la clase de física. Triste, cansado, desilusionado. Karina con una enorme sonrisa le contó con todo detalle lo que paso en esas dos semanas, y con su sonrisa se olvidó del meteorito.
20 años después Walter todavía no recuerda donde dejó esa piedra y le cuenta esa anécdota a su hijo mientras Karina les sonríe.



                                               Moira Karin Narváez Ponce