jueves, 24 de agosto de 2017

El otro cambio

La primera impresión que tuve al verlos fue que estaban desorientados. Me dijeron que venían de muy lejos, escapando de penurias que no eligieron pero con la esperanzadora ilusión de empezar de nuevo.


Digo que los veía desorientados porque cuando les pregunté con qué equipajes cargaban respondieron que sólo traían lo puesto.
-“¿Pero no tienen ropa? ¿Dónde cocinan? ¿Cómo se abrigan a la noche?” Les dije asombrado.
-“¿Acaso no es equipaje la música que se adivina en nuestra entonación? ¿o la danza que puede entreverse en nuestro caminar? ¿Y entonces qué decir de la historia familiar que llevamos en las espaldas?”. Me respodieron.

Cuando les pregunté de dónde venían todo se aclaró: “De ningún lado, nosotros somos de aquí. Simplemente ya no somos los mismos”.

Ignacio Falconi


viernes, 11 de agosto de 2017

Un adiós de papel


Bajé del auto y me detuve frente a la casa. Ella no pudo hacerlo. Miré hacia las ventanas y seguían con las persianas bajas, cerradas, como nuestras vidas. Apretaba con fuerza  la cartera protegiendo la declaración como un gran trofeo. Tantos años baldeando la vereda y tanta agua no pudo lavar ninguna herida ni aclarar tanto  conflicto.
Lo imaginé  sentado en el sillón del  comedor frente a la pantalla, inmóvil y ausente como de costumbre. Supuse que sus manos pesadas e indomables  estarían temblando como hojas asustadas y arrepentidas. A través de la puerta de madera sentí su mirada indiferente  y supliqué un perdón definitivo, pero el silencio de la noche me devolvió una  luna inmóvil, helada y ausente.
Volví a subir  al auto, encendí el motor, di marcha atrás y aceleré frente a mi casa. Bajé del auto  con mi cartera como tesoro.
                                                                                                                                 Rita Asín

miércoles, 9 de agosto de 2017

Rogad por nosotros


https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdUarXDfpdlKcTmocpe_N68f8ONSv7W3zSFV9TXVcTCR1xas2Xx6d4mAaWgycZXuCgyt5mkS-dx-RepO8KifuNRA8UEfZVrKOy7ZLj90uNkew4-yNvkG2v_p-ChkYymMv2BPnQ_JAZH-9I/s320/1781507_10202499055290401_308823931_o.jpgLas corrientes del norte rebalsaron la laguna y el agua fue ganando terreno. Primero los escalones, después el descanso y llegaron a la vereda.
El pequeño altar desapareció. Los devotos no pudieron acercarse a la virgen, ni colocar a sus pies las ofrendas de flores. Tímidamente las arrojaban para que flotasen un rato y después desapareciesen.
Lo que más temían era que la próxima crecida llegaría a las casas e inundarían los huertos listos para la recolección.
Una mano negra había abierto las compuertas. Eran un pueblo sitiado, primero por agroquímicos, ahora por el agua.
A través de los años habían sobrevivido a la pérdida del ferrocarril. Los pocos ancianos que quedaban recordaban el traqueteo de la locomotora. Asomarse a las vías para ver la interminable hilera de vagones cargados de cereal que partía hacia el puerto.
Ahora acopiaban en silos de una multinacional y luego enviaban camiones con acoplados ocupando la estrecha mano de una ruta quebrada.
El pueblo se fue gradualmente acostumbrando al cambio. Y nombraba esa palabra como antes fue: Argentina Potencia o Juntos somos más. Siempre ilusionados. Como cuando llegaron las nuevas maquinarias que ahorraban personal, así se fueron quedando sin habitantes. Muchos se fueron a la “junta de papa” que todavía se hacía a mano. Otros, a la periferia de la gran ciudad. Quedaron pocos: encargados de campo,  empleados del único banco,  de la escuela y los jornaleros que subsistían mediante los planes sociales.
Una tarde de viernes empezó a llover, siguió sábado, domingo, lunes y martes. El miércoles el cielo quedó gris, estático como el pueblo. El jueves apareció el sol, tímido entre las nubes. Parecía que todo iba a mejorar a pesar que los caminos eran una gran cancha de lodo. Ni las 4 x 4 los podían transitar.
Las campanas de la iglesia sonaron. Todos salieron de sus casas y caminaron en silencio. El párroco los esperaba en la puerta y les entregaba una vela encendida. La fila llegó hasta  el borde de la avenida.
A pocos metros la Virgen de las Aguas se hundía lentamente.
La fe ciega había cubierto el inconsciente colectivo. Ensimismados en sus plegarias ninguno percibió que ya no había sol. Que las velas se apagaban. Qué la laguna reptaba más allá de la avenida como una víbora.
La gran bocanada de agua dejaba un pueblo fantasma.

Ester Monke.

viernes, 4 de agosto de 2017

Andando


Sintió ganas de atrapar el aire y de seguirlo y de conquistarlo. Así armó la mochila, la cargó en sus hombros y abrazando la guitarra comenzó a caminar. Rodeó un lago sereno,  atravesó un bosque  infinito, escaló laderas desafiantes y cuando  necesitó un soplido, se acostó en el llano a descansar.
-Allá nadie te conoce- le decían sus familiares-.
-Solo sabe hacer música y de eso nadie come -comentan los vecinos.
- Que se anime a empujar sus sueños él que puede-gritó bien fuerte Alba, la única hermana mujer.
Apenas cruzó la frontera, el personal de destacamento lo interrogó sin  dejarlo parpadear.  Miraron su  documento una y otra vez buscando  excusas para frenar su viaje. Explicó con detalles los motivos de su travesía pero a cada palabra pronunciada le seguía una risotada o una burla cínica.
Sin mediar razones ni explicación alguna, el más corpulento le dio un pechazo a sus raíces ancestrales, dos empujones a su tonada, tres patadas a sus esperanzas  y cuatro insultos muy ofensivos a su humanidad. Con menor peso en su masa cultural y muy dolorido se puso de pie y tomó la guitarra. Le arrancó una cueca risueña y se puso nuevamente en camino.

  Rita Asín

martes, 1 de agosto de 2017

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgz8bPCdjXpovMlxZx0BFYgZ821WqROSvCja9859HkiCYJGOp7YgPGCev_45_Mc6dZFe9KNXGd45uNcDAs2kyA-PUlYMuRt1T5GlPWrH2lUqZF5XGSQ0Furka834PSqRDjbQBxh6358Dw3m/s320/gregory-crewdson-foto.2.jpg

No da para más. Entre los dos se ha creado una pared invisible que ha desconectado nuestras emociones, proximidad y la complicidad que tuvimos durante los primeros años.
Somos dos entes que hablan lo necesario, comparten la misma cama y nos vamos secando, empequeñeciendo como una planta en una caja sin oxígeno, ni futuro.


Ahora me sentaré y frente al espejo disimularé ojeras, masajearé mi cutís para que la sangre fluya y tome un leve color rosado.
Ya se me notan las primeras canas, canas tardías. Me aunaré a los millones de mujeres que pasan tardes en la peluquería para cambiar el color. O quizá no, las acepte como los cambios de estaciones.


Mi cuerpo es armonioso, pero mis hombros se han caído. Quizá esta situación que me agobia sea la causa. O quizá no.
Si me suelto el corpiño y dejo caer mi enagua, lentamente me quito la bombacha; él se irá reduciendo como un caracol en su caparazón y lentamente se recostará, tapará con la frazada y cubrirá la cabeza. Desnudo mi cuerpo frente a él soy la prueba de su impotencia.


El exterior es un infinito de posibilidades, pero sigo aquí, atada a costumbre y responsabilidad. Quizá su depresión sea la mía. Y en el fondo las escusas un paño tibio para no cortar esta cadena que es larga y parece venir cargada en mi ADN.
Las culpas de madre, de esposa, de hija. El estigma de mujer sumisa, de mujer culposa.


La alarma del despertador me alerta. Ya es hora de descolgar la ropa del placard, de vestirme, de calzarme. El rouge rojo pinta mis labios y las gotas de perfume son el toque en mi cuello y muñecas. Me acercaré a la cama dejaré en su frente la marca y el aroma suave. En puntas de pie apagaré la luz. La media penumbra de la habitación  resalta el bulto quieto sobre la cama. Finge dormir pero un leve sollozo corta el aire.

Ester Monke


Sin titulo


Aquí me ven cubierto de colores y accesorios. ¿Para qué? Para que me visibilicen, ya que desde que tengo memoria y me han contado, los míos, todos somos invisibles. Pues que me miren por lo que llevo puesto ya que nadie me ve por lo que soy. Quizás así otros como yo se animen y me sigan.
Y pongo mi destino en mí para huir de esta pobreza indigna, de las  persecuciones,  violentas, infinitas, no al hombre que soy, persecución al obstáculo que represento.
No me encomiendo a Dios ni a ángeles ni a las hadas que han sido inventados para la esperanza…sí, para esa esperanza que siempre sigue viva y nunca se concreta, ¡Gran invento de los poderosos que no dependa del hombre su destino! No. Mi único Dios soy yo y mi decisión. Y será este mar azul el que me lleve y conduzca mi suerte a otra vida. A él me entrego en esta embarcación casera en la que apenas entramos yo y mis crías... Hacia allí voy a la aventura, los míos van conmigo y juntos somos fuertes para enfrentar lo que aparezca. Misterios que dejarán de serlo al conocerlos y fortalecerán mi vida sus falencias.
Y si en todo lo que expuse me equivoco, y el que no ve soy yo y no los otros,  entonces…¡Qué dios me ayude!



Alicia Sánchez Ubios