miércoles, 8 de noviembre de 2017

Microrrelatos

Banquete mágico

 El mago hace desaparecer a su esposa molesta con un chasquido de dedos. A  los contratiempos pasajeros los esconde en la galera con un toque de varita y a los problemas reales se los da de comer a un conejo blanco.

Excursión arbórea

Cada vez que ella se extendía en su oratoria, el esposo buscaba el serrucho y podaba  los árboles más discursivos.

Sin cambio

Quise comprar una vida pero nadie tenía vuelto para mi billete

Rita Asin

Diálogos




Dos ancianos en el supermercado

          -¿Estás seguro?
-Te lo afirmo.
-¿Quién te lo dijo?
-Lo escuché en el noticiero.
Este breve diálogo lo oí de dos ancianos en la cola del supermercado. Si tuviera que suponer o conjeturar, lo podría relacionar con cualquiera de las noticias reiteradas que pasan en los canales de televisión.
Inventé nombres, los describí e hice intervenir a la cajera.

          -¿Estás seguro?-dijo Clemente, ladeando la cabeza como si no escuchara bien y empujó con el pie el canasto de plástico rojo.
          -Te lo afirmo, ¿me explico?-el rictus en la boca de Ernesto delataba amargura. Sacó la billetera del bolsillo de atrás del pantalón de vestir.
          -¿Quién te lo dijo? –los ojitos se le habían achinado por las arrugas y dos lágrimas rodaron por la cara. Se sopló  la nariz con un pañuelo descartable.
          -Lo escuché en el noticiero ¿me explico?– esa afirmación era ley para los dos. Ese aparato se había convertido en juez y castigo.

La cajera le extendió el ticket y dijo:
          -Son 650$
-¿Qué me dijo?-preguntó Clemente.
          -650$-repitió la chica con remera roja.
          -Ya no se puede ni comer-protestó y le pagó con 700$

El dialogo continuó:
          -¿Vas a ir a las bochas?-preguntó Ernesto.
          -¿Qué bochas? Desde que se murió Alfonso nadie se ocupa de limpiar la cancha y con esta lluvia es imposible.
          -¿Querés que te lleve hasta tu casa?
            -Bueno, si me hacés el favor.
            -Yo siempre salgo en el auto, mientras me renueven el carnet una vez al año lo haré. Tengo el manguito rotador jodido.
            -Y yo la cadera.

La cajera llama al dependiente para que los ayude con las bolsas.
            -¡Faltaba más!-protestó Ernesto y salió con una bolsa en cada mano empujando la puerta con el hombro. Se oyó un quejido y la mano derecha se abrió dejando caer la bolsa con todos los comestibles.
            -Le dije abuelo que podía ayudarlo- el dependiente juntaba las cosas del piso y Ernesto protestaba que él no era abuelo de nadie.
            Entre Clemente y el muchacho lo subieron al auto. 
            -No puedo mover el brazo, vas a tener que manejar vos.
            -¡Pero si yo no tengo carnet!-exclamó Clemente.
            -Vos manejá… haceme caso en este pueblo a los viejos ni nos ven. 



Jessica, una profesora universitaria de informática, más bien estirada, se detiene en una gasolinera en algún lugar remoto. Mientras rellena el depósito, Alvin, el empleado, se acerca a ella. Es poco culto (aunque no necesariamente espeso) y, al estar aburrido y ser simpático, quiere establecer una conversación. Jessica preferiría no charlar pero tampoco quiere alejar a Alvin porque desea pedirle que le diga cómo llegar a algún restaurante cercano cuya comida no sea demasiado grasienta.
-Hola ¿me podrías informar de un restaurante?- pregunta Jessica mientras rellena el depósito de su automóvil.
-¡Ajá! Con que con hambre la señorita. Tengo mortadela y salame en la oficina.
-Preferiría comer vegetales. ¿Hay algún lugar por la zona?
-Digamos que como a un kilómetro hay un Madonald, venden unas hamburguesas para chuparse los dedos.
-Iré. Para mi suerte también hay ensaladas.
- Dentro de diez minutos me relevan y se me pinchó la rueda de la bici ¿me podría llevar hasta ahí?
-Tengo poco tiempo. Debo llegar a la universidad.
-¡Digamos que si iba a parar para lastrarse una ensalada puede dejarme en el Madonald!-protestó Alvin.
-Ya llené el tanque, cobrame-le extiendió la tarjeta de débito. Mientras Alvin la pasa por el posnet llega una moto.
-Ya llegó el Braian. Ahora no me puede decir que no ¿Verdad?
-Está bien. Te alcanzo.
Durante el trayecto Alvin hablaba y hablaba.
            -Hace un año que laburo en la Shell. No me gusta andar todo el día con olor a nafta pero, digamos… que es un buen sueldo. Te puedo invitar en el Madonald. Todo con seriedad. Es un cambio: viaje por comida. Yo me lastro la hamburguesa y vos lo que quieras. La cosa es que no quiero pasar por un manguero o sea por un pedigüeño. Soy un laburante que puede convidar a una chica linda como vos.
            -Gracias.
            -¿En qué laburas vos?
            -Soy profesora universitaria de informática.

            -¡Además de linda sos inteligente! No creas que me voy a tirar con vos, ganas no me faltan pero no soy un degenerado, quédate tranquila. O sea que soy un buen tipo. Mirá allá adelante esta el Madonald. ¡Lástima que llegamos tan rápido! ¿no?

Ester Monke

El sánguche

Se estaba haciendo de noche, y Jessica pensó que sería buena idea cargar nafta antes de llegar al hotel, y así salir a primera hora de la mañana hacia Buenos Aires. Había pasado un día largo dando conferencias en el Congreso de Derecho Societario, y estaba exhausta y hambrienta.
A los pocos minutos divisó una pequeña estación de servicio al costado del camino y se detuvo. Parecía bastante modesta, pero no había demasiadas opciones en la zona y quería acostarse temprano.
Al acercarse el empleado de la estación de servicio Jessica le pidió que le llenara el tanque.

-¿Viene del Congreso de bogas, doña? - le dijo Alvin, el empleado de la estación.
- ¿Perdón? -  dijo Jessica, no porque no entendiera lo que quiso decir, sino más bien sorprendida por la forma en qué se dirigía a ella. - Si, vengo del Congreso.
- Se nota por la pinta - dijo Alvin -  Acá no viene mucha gente bien vestida ¿vio? Bah, no viene mucha gente directamente .
- Claro, entiendo. Es un pueblo chico. - Dijo Jessica un poco incómoda. No quería ser grosera pero no estaba de buen humor. - ¿Me podría recomendar algún lugar dónde comer algo por acá cerca, por favor?
- Si quiere yo vendo unos sanguches de milanesa que preparo yo mismo, doña. Si me aguanta un cacho que termino de cargarle le traigo uno. Los tengo ahí adentro de una heladerita. -  dijo Alvin mientras señalaba una conservadora vieja y bastante sucia.
- Le agradezco, pero soy celíaca. - dijo Jessica.
- Ah, mire usted doña. Yo soy católico, no voy mucho a misa pero mis viejos me bautizaron.
- No, quiero decir que tengo prohibido comer harinas.
- ¿Pero qué religión es esa, doña? Yo no puedo comer pescado en semana santa, pero a veces un salamito me permito.
- No, es una enfermedad señor, pero no importa. Le agradezco de todas maneras.
- Y bueno, el salamito también hace mal, doña. Pero acá hacen unos que son un manjar, si hace un par de cuadras hay un ranchito dónde los puede comprar. Pídale pan casero, no se va a arrepentir  doña.
- Bueno, gracias. Lo voy a tener en cuenta. ¿Cuánto sería todo? - dijo Jesica mientras sacaba la billetera apurada.
- 647 pesos, doña. Y le envuelvo un sanguchito de regalo. -  dijo Alvin mientras caminaba hacia la heladerita.
- No, está bien señor. Tome, quédese con el cambio.
- Lléveselo, hágame caso, doña. No se va a olvidar más de este sánguche, los mejores de la zona garantizado. Vuelva cuando quiera, hasta luego.
- Bueno, gracias. Hasta luego. 


Mientras conducía hacia el hotel, Jessica pensó dónde tiraría ese paquete grasiento que llevaba arriba de la guantera, y cuánto tiempo iba a durarle el olor a frito arriba del auto. Lo que no imaginó es que esa sería su cena, y quizás lo mejor del viaje.

Ignacio Falconi.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Terapia en la fosa


Julieta, reconocida psicóloga de la  ciudad de Rosario emprende  camino rumbo a Cañada de Gómez para dictar un curso sobre violencia de género. A pocas cuadras de salir, advierte un ruido raro en su coche, fiel, aunque con muchos kilómetros recorridos. Logra detenerse en un taller que encuentra a su paso y comienza a dialogar con un muchacho musculoso  que se presenta como el encargado .
-Tengo un día muy agresivo, necesito un shock reparador.-
-¿Probó activar la válvula de alivio?-
-No es conveniente en esta etapa de carencia-
-Si le parece, le provoco un arranque en caliente y reviso la batería.
-Ya le apliqué una batería de tests y los percentiles fueron positivos.
- La polaridad positiva daña la bobina y requiere un sensor.
- Pero su líbido aumenta con sensaciones efectivas. Eleve su autoestima con algún elogio, por favor.
-Lo lamento , pero una máquina tan desvencijada no puede hacer florecer ni a un árbol de leva-
- Le va a provocar un trastorno de identidad.
- No creo, aunque tiene arrastre, sus caballos de fuerza son insuficientes.
- ¿Asegura usted la aparición de un trauma equino?-
- De ninguna manera, usted carbura demasiado mis deducciones y recarga el fusible.
- Hacerme un lapsus para venir al taller me ocasiona una depresión que debo superar.-
-Si prefiere la coloco en la fosa y reviso minuciosamente su mariposa-
-Con tremendo abordaje mi ansiedad comienza a desbordarse.-
-No se preocupe, coloco el freno de mano, y la encandilo con estos faroles de cielo que heredé de mamá.-
- No salga ahora con el complejo de Edipo-
- y usted no escape, ni amortigüe esta revisación  que debería ser de rutina.-
Cuando el circuito de alimentación estuvo reparado, la relación se puso a andar con la marcha mínima sin fobias ni apegos siguiendo la corazonada de una bujía que suspiraba repleta de aceite.

                                                                                                      Rita Asín