Se estaba haciendo de noche, y Jessica pensó que sería buena
idea cargar nafta antes de llegar al hotel, y así salir a primera hora de la
mañana hacia Buenos Aires. Había pasado un día largo dando conferencias en el
Congreso de Derecho Societario, y estaba exhausta y hambrienta.
A los pocos minutos divisó una pequeña estación de servicio
al costado del camino y se detuvo. Parecía bastante modesta, pero no había
demasiadas opciones en la zona y quería acostarse temprano.
Al acercarse el empleado de la estación de servicio Jessica
le pidió que le llenara el tanque.
-¿Viene
del Congreso de bogas, doña? - le dijo Alvin, el empleado de la estación.
- ¿Perdón? - dijo Jessica, no porque no entendiera lo que
quiso decir, sino más bien sorprendida por la forma en qué se dirigía a ella. - Si, vengo del Congreso.
- Se
nota por la pinta - dijo
Alvin - Acá no viene mucha gente bien vestida ¿vio?
Bah, no viene mucha gente directamente .
- Claro,
entiendo. Es un pueblo chico. - Dijo Jessica un poco incómoda. No quería ser grosera pero no estaba de buen
humor. - ¿Me
podría recomendar algún lugar dónde comer algo por acá cerca, por favor?
- Si
quiere yo vendo unos sanguches de milanesa que preparo yo mismo, doña. Si me
aguanta un cacho que termino de cargarle le traigo uno. Los tengo ahí adentro
de una heladerita. - dijo Alvin mientras señalaba una conservadora
vieja y bastante sucia.
- Le
agradezco, pero soy celíaca. - dijo Jessica.
- Ah,
mire usted doña. Yo soy católico, no voy mucho a misa pero mis viejos me
bautizaron.
- No,
quiero decir que tengo prohibido comer harinas.
- ¿Pero
qué religión es esa, doña? Yo no puedo comer pescado en semana santa, pero a
veces un salamito me permito.
- No,
es una enfermedad señor, pero no importa. Le agradezco de todas maneras.
- Y
bueno, el salamito también hace mal, doña. Pero acá hacen unos que son un
manjar, si hace un par de cuadras hay un ranchito dónde los puede comprar. Pídale
pan casero, no se va a arrepentir doña.
- Bueno, gracias. Lo voy a tener en cuenta. ¿Cuánto sería todo? - dijo Jesica mientras
sacaba la billetera apurada.
- 647
pesos, doña. Y le envuelvo un sanguchito de regalo. - dijo Alvin mientras caminaba hacia la
heladerita.
- No,
está bien señor. Tome, quédese con el cambio.
- Lléveselo, hágame caso, doña. No se va a olvidar más de este sánguche, los
mejores de la zona garantizado. Vuelva cuando quiera, hasta luego.
- Bueno, gracias. Hasta luego.
Mientras conducía hacia el hotel, Jessica pensó dónde
tiraría ese paquete grasiento que llevaba arriba de la guantera, y cuánto
tiempo iba a durarle el olor a frito arriba del auto. Lo que no imaginó es que
esa sería su cena, y quizás lo mejor del viaje.
Ignacio Falconi.
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