jueves, 28 de septiembre de 2017

La remera


El primer día que vi a mi papá buscando esa porquería de remera fue cuando regresamos con mamá de la casa de la abuela Marta. Le empezó a gritar, como echándole la culpa, hasta que mamá se largó a llorar y nos fuimos de nuevo.
Al poco tiempo mi tío Mario me llevó de visita, y lo encontramos a Papá abajo de la cama. Ni bien entramos al cuarto empezó a gritar:
-¡Mario! ¡¿No viste mi remera?! La azul marino y amarillo con la marca “Sevel” en el medio. ¡Tenía el número 4 del Chiche Soñora! No la puedo encontrar, hace como tres semanas que no la encuentro. La necesito ahora. ¡Yaaaa!!!
-¿De qué remera hablas Jorge? ¿Estás tomando la medicación? Acá vine con Pablito que te quiere ver un rato -le dijo mi tío-.
Pero ni se dio cuenta que yo estaba ahí, me saludó como mirando arriba del ropero. Nos quedamos viéndolo un rato mientras buscaba, no podíamos entender la desesperación que tenía por esa remera. Estaba mucho más flaco que cuando vivíamos todos juntos, para mi no estaba comiendo bien.
Cuando volvimos a la casa de mis abuelos mi mamá me estaba esperando con la remera en la mano, y creo que fue la alegría más grande mi vida. La verdad que era una remera horrible, toda gastada. El número ya estaba descosido, y tenía olor al ropero de mi abuela. Ahí nomás le pedí al tío Mario que me llevara para la casa de mi papá, estaba seguro de que se iba a poner re contento, y si tenía ganas a lo mejor podíamos jugar un ratito en la plaza.
Pero ni bien entramos con la remera lo vimos arrodillado en el piso como resignado. Le mostré la remera y la miró pero como sin mirar. Me acerqué un poco más y vi unos agujeros en el piso, un martillo y una sierra. Desde abajo empecé a escuchar los gritos de Jorge, el vecino, que estaba diciendo un montón de malas palabras, y de fondo el ruido de unas sirenas.
Golpearon la puerta y entraron unos señores vestidos de blanco, y el tío Mario me dijo que a mi papá se lo iban a llevar al hospital porque no se sentía muy bien.
Antes de subir a la ambulancia me acerqué a saludarlo, me pidió que acerque mi oído a su boca y me susurró: 

-Escondé esa remera Pablo, escondela ya.


Ignacio Falconi




Como dos extraños



Marisa vuelve a su casa, Camina lenta. Sus piernas le pesan  como si todos esos años de
espera y esperanza que acaban de derrumbarse hubieran depositado sus escombros en ellas.
Cuánto tiempo buscándolo, cuántas oportunidades de ser feliz truncadas por ese recuerdo. Abre la puerta y se descalza. Se acuesta en el sofá  con las piernas hacia arriba, Mete la mano en el bolsillo de su abrigo y saca ese papel que escribió hace unos años y que por suerte no le llegó a entregar a esa grotesca  copia deformada y desgastada del hombre que ocupó sus sentimientos durante .tanto tiempo.Lo lee con la intención de que esa sea la última vez que recuerde ese verano en que se amaron.           
“Tus ojos resplandecían tras las llamas. El fuego atraía nuestras miradas. Tus ojos me atraían más que el fuego. Al verte algo en mi se fue encendiendo, quemando dulcemente mi interior.
Pasión que arde como el fuego que se aviva cada noche en el fogón.  Miro el fuego y te recuerdo quemándote conmigo aquel verano de cuerpos jóvenes, ansiosos  de buscarse y encontrarse. Promesas compartidas que anunciaban un reencuentro burlando la distancia y el frío invierno que nos separarían por un tiempo....
El verano terminó y el fuego se fue con vos. Una llama escondida en mis sentidos  siguió viva. Verano tras verano te buscó en aquel lugar adonde, olvidando tus promesas, no volviste más.
Sigo buscándote, quiero encontrarte, y en cada desencuentro parte de mi alma se consume, como las hojas secas de aquel fogón.
Aún conservo una llama latente que te espera, ninguno con su amor pudo elevarla del modo en que la elevaste vos. No hubo en mi interior más veranos, sólo tibias primaveras que calmaron el frío de tu ausencia.
Ausencia cruel que se robó la alegría que era mía.
Debería odiarte, y sin embargo…”
Y sin embargo “te busqué, creyéndote mi salvación” chan chan. En su cara se dibuja una sonrisa gélida una mueca burlona por esa eterna búsqueda que terminó frente a él  “Y ahora que estoy frente a ti, parecemos ya vez  dos extraños”. Lo cierto es que apenas pudo disimular su decepción frente a ese sujeto, a ese diálogo vacío, a las evidentes mentiras que salían de su boca, Quiso salir corriendo y no pudo, cómo renunciar así nomás a ese encuentro tan añorado, quizás en algún momento apareciera una chispa de ese fuego.
Marisa se levanta, las lágrimas se deslizan por sus mejillas, se dirige al bar, todavía queda media botella del coñac que le regaló a Ernesto, su última pareja. Pobre Ernesto nunca logró que lo acompañara con una copa  en ese momento que tanto disfrutaba al llegar del estudio. Pero ahora la necesitaba. Necesitaba derretir ese hielo que la invadió al sentir encima suyo ese cuerpo desconocido que se movía mecánicamente, que lastimaba el recuerdo más hermoso y amargo de su vida.
El calor del coñac se  le fue metiendo  quemándola como el fuego de aquel fogón, de aquellos ojos que debió guardar y dejar quieto en su memoria.
“Perdón si me ven lagrimear los recuerdos me han hecho mal”      


Alicia Sánchez Ubios.  

Cuestión de tiempo



Cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Fue al jardín y se distrajo observando el Ginko Biloba. Los rayos del sol se filtraban entre las hojas rojizas y caían en la fuente de piedra.
Caminó hacia la entrada de la casa. El viento levantaba tierra sobre la calle desierta. A lo lejos divisó un bulto que se movía. Oscuro, entre una nube cenicienta se acercaba el viejo Fort con su ruido inconfundible.
El viejo Tomás manejaba con el brazo apoyado en la ventanilla. Como todos los lunes traía la correspondencia.
-¿Todavía sigue aquí? –le preguntó.
- Todavía no me decido-le respondió Fito Pérez.
-Ya van para diez años que los demás se fueron.
No sabía si le molestaba más el tiempo transcurrido o que el viejo Tomás se lo recordara.
- No tengo apuro. Ya me voy a decidir.
-¡Míreme a mí! tampoco me decido, en todo este tiempo se me cayó el pelo y me estoy empezando a olvidar de las cosas.
-A mí eso no me importa. En cada carta ellos dicen que me esperan-evocó Fito.
-Desde hace como cinco meses que  no le traigo ninguna.
-¿Le parece que ha pasado tanto tiempo? – la expresión de duda se le marcó en la cara.
-Me parece que a usted también le está fallando la memoria, pero esta vez tuvo suerte-le contestó el viejo Tomás al mismo tiempo que le entregaba un sobre blanco.
Facundo entró a la casa y dejó la carta sobre la mesa. Ya tendría tiempo para leerla.
Mientras se preparaba la comida le vino a la memoria lo que había leído. Fue a buscarlo y leyó en voz alta:

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa, o si era una mariposa que soñaba ser Chuang Tzu.

Apoyó el libro y se quedó pensado: ¿Y si los diez años transcurridos habían sido un sueño? ¿Si la carta de los otros fuese una atadura para crearle una esperanza que jamás se concretaría?

Mejor esperar. El tiempo era cuestión de otros. Los que dependían del almanaque. Esos que se habían marchado hace diez años y seguramente habían envejecido. Los que creían que mandándole una carta él soñaría con el reencuentro.

Ester Monke

Desarrullo



Quisiera cantarte las nanas más bellas. Susurrar el tradicional arrorró y decir que sos mi sol pero hoy te asomás tormentoso y muy nublado. No puedo nombrarte “pedazo de mi corazón” porque parecés  un entero desconcierto imposible de fraccionar que estruja mi músculo cardíaco y acelera sus latidos. Ensayo melodías suaves para conciliar el sueño pero tus ojos abiertos provocan un gruñido que devora la ternura de las canciones  tradicionales de cuna. Una melodía conocida sugiere un abrazo sostenido, pero temo estrujarte demasiado y convertirte en un niño índigo. Otra, me obliga a un imperativo duérmete ya que tal vez te provoque un llanto prolongado.
Por último recurro al cuco para que te coma el insomnio y enciendo el noticiero. Intento bajar la luna mientras me muestras tus cinco diminutas ferocidades y descubro una vez más que es la risa en tus ojos la luz de mi mundo.

                                                                                              Rita Asín

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Con razón




Sólo una buena taza de café negro con un sobrecito de stevia podía calmarla cuando tenía un ataque de nervios. No es que tuviese uno todos los días, podía lidiar fácilmente con el estrés diario, pero en el último mes, no había logrado relajar ni siquiera su cuello, ¡y con razón!
Cuando decidió dedicarse a las leyes en su tercer año de secundaria, no pensó que eso significaría lidiar con la soberbia de sus compañeros de trabajo, la inevitable competencia y un jefe casi tan déspota como el más salvaje dictador. La idea romántica de hacer justicia vistiendo trajes caros y a medida con zapatos stiletto apuntando con la Constitución Nacional a un asesino o violador la había convencido. Pero los años le enseñaron que era el paquete completo, o vivir como recepcionista en cualquier estudio jurídico sin importar lo mediocre que fuese. No era algo que estaba dispuesta a aceptar. Era tranquila, sí, pero no por eso menos ambiciosa.
Un último sorbo al café. Tomó su cartera de charol, sacó de su interior la larga billetera a juego y dejando un billete de cincuenta pesos sin ninguna arruga o magulladura, se retiró del lugar con su abrigo colgando del brazo. El corazón aún latía agitado, y la sensación de frío-calor en la nuca y espalda apenas había aminorado, pero ya era hora de presentarse a trabajar. Sería una semana más larga de lo normal. Lo sabía. Y con razón que lo sabía.
Saludó a la seguridad del edificio con falsa parsimonia, y los pocos segundos que esperó el ascensor le parecieron horas. Si no recuperaba pronto la compostura, podía arruinar el caso que estaba tratando. No era su caso estrella o aquél que la impulsaría a ser la abeja reina de la colmena, pero era importante y, por sobretodo, muy bien remunerado. “Compostura, compostura, compostura”, retumbaba su propia voz en su cabeza.
Se detuvo el ascensor y abrió las puertas al estudio. Salió con paso firme, saludó a las dos recepcionistas que no solo se veían igual sino que se escuchaban igual, y se refugió en su oficina. Se sentía mejor en esa pequeña habitación, de colores claros y grandes ventanales que daban una vista de lujo a la increíble Capital Federal, que en su departamento. Y con razón. A nadie le gustaría llegar y encontrarse solo en la penumbra para enfrentarse cara a cara con sus más oscuros pensamientos. Menos a ella, claro. No después de lo que había hecho. “¡Pero lo hice con razón!”. De verdad quería creer eso.
Alguien tocó a la puerta. Se le aceleró el corazón hasta casi explotar, pero se aclaró la garganta con nerviosismo e invitó a entrar a quien estaba del otro lado.
- Buen día, reina -dijo un hombre alto y ancho, con un bigote extremadamente pronunciado. Ella respondió con una sonrisa forzada-. Te esperan en la sala tres. ¿Viste a Gustavo hoy? Tengo que hablar un asunto con él.
- No -pareció segura-, no lo vi en lo que va del día -hubiese hecho mejor carrera siendo actriz.
El hombre se retiró encogiéndose de hombros y agradeciendo con dulzura. Ella casi vomita de los nervios. Aguantó una arcada, tomó sus folios y se dirigió a la sala donde su cliente esperaba angustiado.
Sabía que tenía que enfocarse en el caso. Tenía toda la certeza del mundo al respecto. Pero era imposible… Y con razón. Tenía un cadáver que ocultar.


Julieta Zuffardi

martes, 19 de septiembre de 2017

Y llegué por fin




Y llegué por fin.
Tarde.
Pero llegué.
Él estuvo aquí
la muestra está
en ese ramo desflorado.
Nunca llego a tiempo
a ninguna parte
a ningún sueño
ni a una parte de un sueño.
Tarde.
¿Es el destino?
¿Es la  infinita culpa?
¿Vivirían mis padres si hubiera nacido a tiempo?
¿Hubieran llegado a tomar el avión?
que los salvaría del horror
me adelanté
sólo esa vez
y no puedo recordarlos


Alicia Sánchez Ubios

Los diferentes


-Esta tierra es nuestra – dijo ella.
Entonces   cubrió un pequeño espacio con su paraguas gigante, para proteger las semillas sembradas hacía unos momentos.
-Donde crezca el árbol, estará mi casa. Después cantaré bajo su sombra – agregó.
Ella y los otros estaban condenados al exilio.
Los de las tierras del norte separaron las aguas por unos momentos, para que cruzaran a la tierra prometida. Allí encontrarían lo necesario.
Una multitud gris, opaca, despidió en silencio a los ocho. Sin gritos, sin órdenes, cada uno sabía lo que tenía que hacer.
Cada mujer sabía que si paría un diferente, debía marcar su cara de blanco para identificarlo, separarlo de la manada y en su momento, cruzaría el mar.
-En esta tierra flotaré eternamente en el aire frío que viene del mar. Donde sueñe mis sueños, está mi casa – dijo él con un bote aferrado al cuerpo.
-Esta tierra es nuestra – dijo otro, montado en sus compañeros-caballos- Acá buscaremos el anochecer, para que las estrellas nos guíen por el campo.
-Yo te seguiré con mi triciclo – dijo el más pequeño. Nunca nadie de su edad había cruzado a las tierras del sur.
Los grises volvieron a sus casas, doblaron sus sueños, los colocaron prolijamente debajo de la almohada y no pensaron más en los diferentes que habían partido. No eran sus hijos, ni sus hermanos, ni sus amigos. Quizás, alguna vez, sólo furtivamente amantes. Pero nunca se lo contaban  a nadie, rogando  no haberse contagiado. Si tenían el más leve síntoma del Síndrome de Rebeldía, serían tratados como diferentes.
El que permanecía callado, cargaba sobre sus espaldas a otro.  Luego de un rato dijo:
-Él se manchó la cara de blanco para cruzar con nosotros. Es un gris. Creo que lo contagié. 


Miriam Alvarez.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Hospital de día.



Siempre nos encontramos acá.
Me hacés un guiño y seguís leyendo o escribiendo en tu libreta.
Hacés bien! Yo me aburro mucho.
Mamá me trae juguetes y a veces libros con muchos dibujos. Pero no quiere que me siente en el piso por los gérmenes, me dice.
A veces te quiero preguntar dónde comprás esos pañuelos tan lindos que te atás en la cabeza.
Pero mamá me dice que acá no hay que molestar a la gente.
Yo sé tu apellido, porque escucho cuando la doctora te llama y vos guardás todo rápido en tu cartera y te vas por el pasillo.
Qué lástima que no sé tu nombre!. Sino cuando entro en la sala de espera, te diría, por ejemplo: Hola María!. Pero ninguno de los dos sabemos nuestros nombres, porque a mi también me llaman por el apellido.
A mi me gusta cuando salís contenta y hablás con la secretaria para pedir un turno. Mamá también pide un turno para mí, siempre.
Lo que no entiendo es por qué mamá se calla y se pone triste cuando le pregunto por los otros chicos  con los que estuve internado.
Vivían lejos. A lo mejor no vienen porque el colectivo es caro.
A lo mejor en la próxima visita te pregunto a vos.

Igual, no sé si voy a volver. No sé si mamá va a tener plata para el colectivo. 

Miriam Alvarez

El pájaro



Pájaro de porquería. Tenía que hacer nido justo ahí, al lado del tendal!. ¿Qué necesidad?.
Tengo mi ropa toda cagada.
Encima tengo que subir a esta terraza por escalera. Mi columna no dá más!.
Todos me dicen: Qué hermoso el canto de un pájaro al amanecer!.
Claro, porque no lo tienen cerca. No me deja dormir y  lavo la ropa dos veces .
Dejé el campo para no escuchar nunca más benteveos, chicharras y el zumbido de los mosquitos.
Todos están acá!. Me persiguen!.
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No sé cómo acomodar tantos papeles en este monoambiente.
Es tan chico!. Apenas entra mi cama, la mesa – que será multiuso-, cuatro sillas. En la biblioteca voy a poner cajas y la computadora.
Ya me ordenaré. Por el momento, mi sueño está cumplido. Acá voy a escribir y seguro publicar.
En mi pueblo todo era soledad y polvo. Sólo extraño el canto de los pájaros al amanecer. Pero en el ventanal  pongo migas de pan y uno se posa tímido, picotea y se va.
Estoy muy sola. Creo que me va a hacer compañía.
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Mi nido estaba allá, en aquella plaza, entre las ramas del álamo más alto.
Éramos muchos. Nuestros cantos  se mezclaban con los gritos de los chicos y la voz chillona de Juan, ofreciendo su pochoclo y las manzanitas cubiertas de caramelo.
Siempre había comida. No faltaban las migas y las semillas que nos dejaban los abuelos del Centro de Jubilados, qué está ahí, pegadito a las vías.
Tampoco faltaba el agua. La fuente se llenaba de plumas perdidas, cada vez que varios de nosotros nos mojábamos las alas en las siestas de verano.
Hasta que un día cercaron la plaza, se llevaron los bancos, desarmaron la calesita, talaron los árboles.
Ahora vivo acá. Desde mi nuevo nido veo pasar los colectivos, cuando el viento no sopla entre las sábanas, colgadas en el tendal.   


Miriam Alvarez

El cajón


Fuerzas extrañas hacen que las personas crean en distintas cosas Dios, ovnis, leyendas regionales y  monstruos mitológicos, mi escepticismo cambió con el episodio que viví en la casa de la abuela y no quiero comenzar este relato con mentiras, sin exagerar escribo en estas páginas la pura verdad. Respiro profundamente, relajo mis manos y escribo sin detenerme con la mejor letra posible.
Nunca había pensado que la tranquilidad de recostarnos con la mente cansada después de días largos de estudio, tras rendir un examen final, se vería interrumpido cruelmente por un simple acto de curiosidad, porque ahora entiendo que es mejor no saber ciertas cosas pero la curiosidad mató al gato dice el refrán y mi estúpida curiosidad de aquel momento mató mi tranquilidad y mi paz. Instado al descanso por la abuela, recostado en la hamaca paraguaya, estiraba  las piernas y me deleitaba con un jugo exprimido de naranja, la abuela trabajaba amasando, varios tipos de panes de su especialidad eran típicos cada vez que la visitaba, el abuelo levantado desde temprano se encargó de los animales ya que la abuela se dispuso a cocinar como si un ejército fuera a visitarla.
Dormitando escuchaba el canto de los pájaros que me hipnotizaban, los sentía como si nunca antes los hubiera oído, era extraño, el calor sofocante no permitía que durmiese profundamente, cerré los ojos e intente relajarme, respire profundo y poco a poco fui tomando el sueño sin embargo me desperté asustado al sentir que dijeron mi nombre muy fuerte sobre mi oído izquierdo, abrí los ojos y me levanté asustado, buscando al responsable de ese tremendo momento y no había nadie en los alrededores, en la cocina se escuchaba que la abuela hablaba con el abuelo y yo seguía exaltado sin saber quién había pronunciado mi nombre. Miré entre los lapachos y nísperos y vi la casa de madera que de niño me llamaba la atención, la había visto antes, ahora me parecía más pequeña, sus tablas despintadas y gastadas por el tiempo, llenas de hongos.
Como mencioné la curiosidad, líneas más arriba, de más esta decir entré a ver qué había allí, encontré muebles viejos y aire saturado de humedad, me intereso un escritorio viejo que tenía un cajón semiabierto como si fuera que me sacara la lengua e intentara decirme algo. Dudé un instante pero metí la mano hasta el fondo y solo encontré un cuaderno de tapa rojas duras y hojas amarillentas. Todas ellas estaban escritas, ningún espacio en blanco, tomé el cuaderno y volví a la hamaca, seré fiel a mi palabra de verdad y transcribo textualmente lo que encontré en esas líneas, quien las escribió presionó, por alguna razón, tanto el lápiz que casi cortó el papel:
Pasaron tres días, dos horas y 45 minutos, no puedo cerrar los ojos y dormir tranquilo, cada vez que lo hago aparecen imágenes que me quitan todo rastro de esperanza de que esto mejorara algún día. Mi compañero de viaje no soporto más las imágenes y los sonidos y se fue lejos del campamento, lo encontré días después colgado de la rama de un jacarandá, los demás jóvenes que vinieron con el otro campamento pidieron volver a la capital antes que enloquecieran del todo. Los sueños siempre son lo mismo, se me hiela la espalda a pesar del calor insoportable de la zona, extraño soñar con mis pagos, mi gente, mi novia, como si la capacidad de soñar se me hubiese  sido arrebatada, cada despertar siempre marca las 3 de la madrugada, siempre. Pasan  los días y ya no quiero saber de qué se trata este nefasto quebranto que agobia mis noches y mi sueño, solo desearía volver a dormir como Dios manda, retratar la naturaleza y volver a mi pago a mi vida de siempre. Tengo el alma quebrada,  pensé la posibilidad de meterme al río y terminar este suplicio, no puedo dormir más de las 3 de la mañana, todo empeora, las imágenes son cada  vez más nítidas: solamente me miran sin decir nada, tres hombres, y yo paralizado y sin coraje  no doy un solo paso y mi respiración es agitada, me despierto para no volver a dormirme y escribo estas líneas para tranquilizarme. Ellos me dicen “Nadie puede hablar” y así es, no emito sonido alguno mientras sueño, mi capacidad de hablar desapareció solo puedo escucharlos y empecé a verlos. Eran tres hombres que cuidaban la tierra, uno macheteaba, otro quemaba y el último era el encargado y quien controlaba y pagaba a los dos trabajadores, una tarde los tres jornaleros fueron encontrados sin vida y se supuso que los asesinaron porque les robaron el dinero que era para los trabajadores, esa muerte antes de tiempo y de manera violenta hace que sus almas no descansen ni asciendan al descanso eterno. “Nadie puede hablar” eran las palabras que resonaban en mis oídos, el miedo se apoderaba de mi por las noches, estoy solo, solo con ellos tres, en sueños caminamos hacia el denso verde y en un árbol aparecen los tres hombres colgados, sus rostros están pálidos y sus cuellos negros por las marcas de las sogas, por ese breve instante no los escuché ni les tuve miedo… Recordé los cuentos quiroguianos de amor, locura y muerte pero en esa escena reinaban la locura y la muerte. Todos los días aparecen a las tres de la madrugada, no dicen nada y yo no puedo hablar. No me dejan en paz, me quitaron la tranquilidad y el descanso, buscan paz, la paz que me arrebataron en vez de buscar justicia…

Esta es la última página del cuaderno, hasta aquí escribió el hombre que vino a esta zona del monte misionero y termino viviendo el mismísimo infierno, es probable que esté muerto a esta altura. Lo que si tiene que importarles ahora es que la misma noche que leí cuaderno, empecé a tener dificultades para dormir como nunca antes las había tenido, el reloj a las 3 de la mañana interrumpe mi sueño y todo desde que metí la mano en aquel cajón del escritorio viejo. El deseo de paz de aquellas ánimas, sus palabras resuenan ahora en mis oídos, todavía no los veo en mis sueños pero es inevitable saber que son ellos los que me despiertan, los q me susurran, no quieren justicia, jamás la consiguieron ni la conseguirán debido a la manera tan cruel que abandonaron este mundo. Comprenden ahora porque escribo esto, difícilmente dormiré como antes, solo busco dormir con un poco de paz, no quiero verlos sufrir pero tengo que intentar que ustedes también lean esas páginas del cuaderno de tapa roja si llegaron hasta acá también empezarán a creer en lo que antes no creía. Ellos aún están conmigo, si llegaron hasta aquí entenderán que fuerzas extrañas hacen que las personas crean en distintas cosas Dios, ovnis, leyendas regionales y  monstruos mitológicos, y ahora fantasmas.

José Garcia