El primer día que vi a mi papá buscando esa porquería de remera fue cuando regresamos con mamá de la casa de la abuela Marta. Le empezó a gritar, como echándole la culpa, hasta que mamá se largó a llorar y nos fuimos de nuevo.
Al poco tiempo mi tío Mario me llevó de visita, y lo encontramos a Papá abajo de la cama. Ni bien entramos al cuarto empezó a gritar:
Al poco tiempo mi tío Mario me llevó de visita, y lo encontramos a Papá abajo de la cama. Ni bien entramos al cuarto empezó a gritar:
-¡Mario! ¡¿No viste
mi remera?! La azul marino y amarillo con la marca “Sevel” en el
medio. ¡Tenía el número 4 del Chiche Soñora! No la puedo
encontrar, hace como tres semanas que no la encuentro. La necesito
ahora. ¡Yaaaa!!!
-¿De qué remera
hablas Jorge? ¿Estás tomando la medicación? Acá vine con Pablito
que te quiere ver un rato -le dijo mi tío-.
Pero ni se dio cuenta
que yo estaba ahí, me saludó como mirando arriba del ropero. Nos
quedamos viéndolo un rato mientras buscaba, no podíamos entender la
desesperación que tenía por esa remera. Estaba mucho más flaco que
cuando vivíamos todos juntos, para mi no estaba comiendo bien.
Cuando volvimos a la
casa de mis abuelos mi mamá me estaba esperando con la remera en la
mano, y creo que fue la alegría más grande mi vida. La verdad que
era una remera horrible, toda gastada. El número ya estaba
descosido, y tenía olor al ropero de mi abuela. Ahí nomás le pedí
al tío Mario que me llevara para la casa de mi papá, estaba seguro
de que se iba a poner re contento, y si tenía ganas a lo mejor
podíamos jugar un ratito en la plaza.
Pero ni bien entramos
con la remera lo vimos arrodillado en el piso como resignado. Le
mostré la remera y la miró pero como sin mirar. Me acerqué un poco
más y vi unos agujeros en el piso, un martillo y una sierra. Desde
abajo empecé a escuchar los gritos de Jorge, el vecino, que estaba
diciendo un montón de malas palabras, y de fondo el ruido de unas
sirenas.
Golpearon la puerta y
entraron unos señores vestidos de blanco, y el tío Mario me dijo
que a mi papá se lo iban a llevar al hospital porque no se sentía
muy bien.
Antes de subir a la
ambulancia me acerqué a saludarlo, me pidió que acerque mi oído a
su boca y me susurró:
-Escondé esa remera Pablo, escondela ya.
Ignacio Falconi
Muy buen trabajo Ignacio, impresiona esta historia, la obsesión, la locura, una búsqueda que cuando se concreta ya es demasiado tarde o quizás no es necesaria porque anula todo lo anterior. Una voz infantil es la encargada de contarla y debido a su ingenuidad hace más patético el desenlace. No hay respuesta lógica para la locura.
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